Otros elementos que suponen palos en las ruedas de la expansión a los padres de la información sobre la contramarcha son aquellas personas que no sólo son refractarias al movimiento a favor de la contramarcha, sino que hacen fuerza en sentido contrario tratando de desmentir o relativizar las evidencias físicas y estadísticas a favor de la contramarcha siempre desde su opinión, desde el relativismo y nunca aportando datos que apoyen sus posiciones. Están en su derecho de hacerlo, aunque hacen un flaco favor a las personas sobre las que tengan influencia y sus hijos. Cualquiera que disponga de los datos aportados para justificar las teorías a favor y en contra de la orientación a contramarcha tendrá claro cuál es una información veraz y contrastable. Pero estas personas tachan en diferentes foros de Internet de radicales a los padres y especialistas que insisten en la importancia de llevar a sus hijos a contramarcha, los califican de secta e incluso he llegado a leer cómo los llaman despectivamente talibanes, quizás desesperados ante la firmeza y el convencimiento de personas que amparados en evidencias físicas no les concenden ningún margen argumentativo. No creo que haya nada más rastrero y despreciable que equiparar con fundamentalistas religiosos asesinos que instauran teocracias radicales en las que no existe la libertad y donde se violan sistemáticamente los Derechos Humanos, con personas que invierten su tiempo y energía en transmitir a otros padres una información valiosa que puede salvar la vida de muchos niños.
Hay otros aspectos relacionados con la crianza de los hijos que suelen ser causa de polémica entre defensores y detractores, como la lactancia, el colecho o el porteo. Reconozco que mi información sobre estos temas no es profunda. Como padre he asumido que para un bebé no hay mejor alimento que la leche de su madre y que no hay cuna por mullida que sea donde un niño descanse mejor y se sienta más protegido que junto al calor de sus padres. Pero entiendo que haya quien, por cuestiones físicas, laborales o de cualquier otra índole que no necesariamente he de compartir, no alimente con leche materna a su hijo. Entiendo que, por motivos culturales, métodos educativos o cualquier otro motivo que no necesariamente he de compartir, haya quien meta al bebé en una cuna y lo deje llorar hasta que caiga rendido. Hay diferentes teorías y opiniones contrapuestas de expertos sobre estos temas, e independientemente de cómo hayan sido alimentados, dónde hayan dormido, o en qué medio hayan sido transportados por sus padres, los niños crecen y pueden llegar a la edad adulta y disfrutar de una vida plena. Sin embargo, en el debate sobre la orientación de los sistemas de retención infantil no tiene cabida esa ambigüedad ni es justificable cualquier postura en base a diferentes motivos que puedan o no compartirse, porque en este debate las leyes físicas no son opinables. De la orientación de la sillita depende la supervivencia y la máxima reducción del riesgo de lesiones de un niño en un accidente de tráfico. Existen datos, pruebas de impacto y estadísticas concluyentes que demuestran el riesgo de los dispositivos a favor de la marcha. Ante estos datos objetivos hay personas que, siguiendo lo que ellos consideran un deber moral, los transmiten con la fuerza y vehemencia de sentirse respaldados por información contrastable para que otras personas puedan conocerlos, sin ningún tipo de concesión a teorías y especulaciones que pongan un pie fuera de la senda de los hechos probados y los resultados estadísticos. También hay personas que reaccionan negando estos datos en base a falsos prejuicios, a lo que hace la mayoría, al deseo de evitar un desembolso económico extra, a suposiciones, opiniones, a la costumbre, al miedo a contradecir a organizaciones referentes del sector. Me pregunto para quién es más apropiado el calificativo de radical.
Como ya comenté al principio del libro, me consta que también hay radicales a favor del movimiento a contramarcha. Individuos sin capacidad de transmitir información que insultan escondidos tras un teclado incapaces de comprender que haya personas que aún no han recibido la información necesaria para ser conscientes del peligro de las sillitas a favor de la marcha. Son un freno para que la información siga avanzando y no representan a profesionales y padres movilizados ante la incomprensible ambigüedad de las instituciones a los que sólo preocupa la seguridad de los más pequeños.